Corre el minuto setenta de partido y en Las Gaunas, ganando uno a cero al Racing de Santander, se escuchan olés.
Cada religión, cada oficio -cada aspecto de la vida-, tiene sus reglas. Su existencia da sentido a todo; nos permite subvertirlas y saltárnoslas, o pasar en verde a las cuatro de la mañana del lunes o cambiarlas por obsoletas e inútiles. En un juego, son la base de la diversión. Las religiones o creencias llevan aparejadas una mitología, es decir, una mentira que explica su origen. Esta mitología se compone de episodios más o menos mágicos de los que se extraen unos avisos para navegantes, a menudo bastante sádicos. No comáis la manzana, la primera regla del Club de la Lucha es no hablar del Club de la Lucha, nunca alimentéis al mogwai a partir de las doce de la noche. Sin transgresión no hay película y nosotros queremos la nuestra. Nos rebelamos contra más de dos mil años de pensamiento mágico y contra la física newtoniana; ¿acción-reacción? Nos desabrochamos la guerrera frente al pelotón. Por favor, aquí, en el pecho.
Hay gente para todo, se dice. Supongo que es cierto. Todos pensamos que somos normales, que el estrafalario y el imbécil, el equivocado, es el otro. Me encantaría que el coro de los olés fueran marcianos que nada saben de fútbol ni de leyes ni de supersticiones terráqueas. Que sus cuerpos -a nuestra imagen y semejanza- fueran solo fundas o vehículos manejados por un diminuto marcianillo verde, como en Men in Black. Que fueran alienígenas a los que tenemos que explicar la naturaleza de lo humano, no solo en aras de mejorar la convivencia, también para garantizar su seguridad. Pues no. Respiran como las personas, caminan erguidos como las personas, articulan sonidos y se comunican entre ellos como las personas. ¡Dios! ¡No! ¡Son personas!
Hay placeres perversos. Uno de mis favoritos es ver los rostros del rival (afición, jugadores) cuando se percata de que acaban de anular su gol. Ese festejo interruptus pare unas expresiones únicas. Debería tener palabra propia. No es tristeza ni desolación, es otra cosa. Mis amigos y yo las llamamos caritas. El diminutivo aquí es humillante, contrasta con la extrema gravedad del tema. Entonces asoma la cabeza el catolicismo. “Por celebrar”, cincela en mármol alguno de nosotros. La culpa es tuya porque has saltado un poco, has gritado, has liberado algo de adrenalina, te lo has pasado bien unos segundos. Por supuesto, servidor tiene, ha tenido y tendrá un repertorio infinito de caritas. Espero que nadie perdone la ocasión de divertirse al verme celebrar un gol con los brazos en alto y, poco a poco, cuando descubra el banderín levantado, se vayan flexionando hasta sujetar la cabeza con ambas manos.
No se pueden hacer ni decir ciertas cosas si quieres que tus congéneres te respeten. La suerte en el fútbol es decisiva. No me parece que en el resto de deportes influya tanto en el resultado como aquí. Este factor va por otros cauces, no aparece reflejado en el reglamento. Nadie sabe cómo funciona, pero hay una serie de consensos mágicos. Su incumplimiento enfada al Dios del Fútbol, que exigirá sangre por nuestra arrogancia y vaciará un poquito nuestra Piscina de Maná de la Suerte. Aquí van las más básicas. Para los marcianos.
a) Si tocas el trofeo antes de jugar la final probablemente pierdas.
b) Si insultas a un jugador rival. El jugador mejorará su rendimiento en función de la gravedad del insulto.
c) Si insultas a un jugador propio. No está bien, pero además su rendimiento baja.
d) Los exjugadores siempre marcan a los exequipos. Conviene no cabrearlos mucho y aplaudirles al principio.
e) No se celebra nada anticipadamente. Ni se piensa (crimental). Expresiones como “¿así cómo nos ponemos?” o “tres puntitos” antes de acabar el partido se castigan muy severamente.
f) Procura no verbalizar lo evidente pues llenará la Piscina de Maná del rival. La situación clásica es una falta lateral o frontal en contra. Prohibido decir “es peligrosísima” o “es malísima”.
g) Los cánticos-apelaciones testiculares no solo no funcionan, sino que provocan fallos defensivos en cadena. Versiones como “Échale huevos, equipo…” y derivados son fatales y malditos. Siempre que se cantan, se pierde o se empata y el supuesto efecto en la bravura de los jugadores suele terminar en un ramillete de tarjetas. ¡Nuestra Piscina de Maná podría quedar maldita lo que resta de partido!
h) Los gafes existen. Es crucial identificarlos para no invitarlos más al fútbol. Descubrir a un gafe suele llevar más de una temporada. Ánimo.
i) El derrotismo. Los comentarios negativos vacían la Piscina. Al igual que la opinión sobre nuestro jefe o el aspecto físico de alguien: se piensa, pero no se dice.
j) Antes del partido hay que pensar en el partido. Hay que estar concentrado, se tienen que mandar ondas mentales a nuestra Piscina de Maná. No se puede ir al fútbol a pasar el rato o a hacerse fotos como si el partido fuera un monumento o a hablar del sexo de los ángeles. Al Dios del Fútbol no le suelen gustar los falsarios y nos penalizará según convenga.
k) Si te aburres, te fastidias. Eso de hacer olas y tal quedará registrado en el Libro de los Agravios del Dios de Fútbol. Pagarás por tus pecados.
l) Ver otros partidos en lugar del que tienes a unos metros. La radio tiene un pase, pero esto ya no.
m) Hacer de menos al rival. Matracos, banda del patio, cojos. Pues eso.
n) Y por supuesto, no alardear. Pavonearse no está bien, marcianos. Ni con cinco a cero.
El Dios del Fútbol, esta, nos la guarda.