PALO Y FUERA

palo y fuera

Hay cosas difíciles de imaginar. Un mundo sin capitalismo, por ejemplo, o tu vida con varios millones de euros en el bolsillo. Vivimos tiempos ultrasónicos que no nos permiten pensar. Como todo ocurre tan deprisa tenemos que ser rápidos para catalogarlo todo en un pestañeo, y solo nos valen ya dos columnas donde listar aquello que vemos, oímos, padecemos o disfrutamos. Todo es maravillo y espléndido, o penoso y censurable. Nuestra existencia transcurre entre obra maestra y fracaso absoluto, ya no hay grises, la complejidad de la vida resuelta en un tuit. Ya sé que el libro que se está leyendo es una basura o un incunable, puedo adivinar que su disco favorito de la semana es imprescindible o alimento para contenedor de plástico. Me imagino que su equipo no vale para la categoría o son Los 11 Fantásticos. Yo mismo no sé si marcharme de vacaciones a Manhattan o a las Viniegras.

Dicen que nos acostumbramos fácilmente a lo bueno, pero a mí, esto de ir a trece puntos del segundo me inquieta mucho. Me parece que estoy en un decorado que me han construido a mi medida. Voy al trabajo y la gente me pregunta sobre el partido del domingo; en la gasolinera, el operario y un cliente conversan sobre los cambios que el míster debió o no hacer. Hasta la panadera lleva un pin blanquirrojo en la solapa. ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Quién se mete en mi cabeza por las noches? Empiezo a pensar que el trabajador de la gasolinera y el cliente son actores que representan sus papeles a la perfección, hablando a voces con gran campechanía para que yo los escuche. Todo huele a chamusquina. No puede ser que esto esté ocurriendo. Todo es perfecto. Miro a mi alrededor y solo veo rostros amables con sonrisas de muñeco de ventrílocuo. Hay demasiada felicidad y eso no es bueno. Más aún, me parece hasta inmoral. Y peligroso. Tengo miedo a que nos pase como a los buzos que ascienden de las profundidades sin respetar los descansos y acabemos secos en la cubierta del barco. Me aterra la posibilidad de acomodarnos, de subestimar a la cosa esférica que rueda porque todos hemos contemplado sus maldades, hemos visto las consecuencias de sus caprichos, entendemos la metafísica del rebote.

No obstante, finjo bien. Miro la clasificación y hago una captura de pantalla. Es lo más bonito que he visto en mi vida tras Florencia y Siena. Sonrío y estoy contento de verdad. Solo hay una cosilla que no se me va de la cabeza y corre el riesgo de convertirse en pensamiento recurrente. Nos los estamos pasando tan bien que espero que Dios del Fútbol no sea demasiado cruel con nosotros. Espero que cuando el balón circule sin rumbo por nuestra área pequeña, atravesando la brisa de mayo en el minuto ochenta y nueve, se le olviden nuestros brindis y carcajadas, sufra un alzheimer súbito que le impida recordar nuestros pecadores tiempos felices y haga como si nuestro goce no hubiera existido nunca. Espero que cuando la pelota impacte en la frente de un delantero rival o en el culo de nuestro lateral derecho, en el talón de un central, y salga propulsada hacia nuestra portería, se levante de su trono celestial en el VAR supremo, alce un dedo y diga con su voz de caverna: palo y fuera.

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