Etiquetado: star wars

GRABANDO AUDIO

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«Indio, acabo de ver la nueva de Star Wars. ¿Te acuerdas de lo que te dije? Pues nada, no he cumplido, no me he aguantado. Hasta he venido en coche, con lo que me gusta conducir, ya ves. Sé que te la suda esto, pero me da igual, me tengo que desahogar con alguien; Lucía odia Star Wars. Es tristísima la vida, Indio, qué te voy a contar. Estoy parado en un área de servicio, a oscuras; lo mismo me dan el palo por culpa de este mamón de Abrams, y no me estaría mal, por bobo, por confiar de nuevo en el miserable que me la clavó con Perdidos; qué podía esperarse de este tipejo. Pero no puedo seguir conduciendo, me tiemblan las piernas y llueve tanto que no veo nada. Esta vez no me han gustado ni las letras amarillas. ¿Cómo puede ser que en la primera puñetera frase del texto ya aparezca lo que todos sospechábamos desde 2015? El puto Emperador, no me jodas. Y encima aparece en el minuto tres de la peli; báilalo si puedes. Mira. Yo, al Snoke, el Emperador de marca blanca, no me lo creí ni por un momento; para eso prefiero al de toda la vida, con sus rayos y tal. No sé, me lo esperaba, pero necesito un poco de adorno; aunque se vea venir, pónmelo bonito, mírame a los ojos mientras me engañas, hazlo bien. Pues nada, tío, como si fuéramos imbéciles. Así nos tratan. Nos dicen: sois bobos. Y como sois bobos, os vamos a explicar todo, para que no os perdáis por el camino, bobos, más que bobos. No sé ni por dónde empezar. Ha hecho buenas a las tres de Lucas. La amenaza fantasma es cine de autor al lado de este esperpento; la segunda trilogía pasaría por obra de Scorsese, Chabrol o Godard. Me he reconciliado con Lucas. Aquí, en la soledad del extrarradio industrial de una ciudad de provincias y con varios coches con cristales empañados como testigos, entono el mea culpa. Pido perdón al Creador, al mayor genio que ha dado la historia tras Gutenberg y los que inventaron las gafas y la mayonesa. Creo que voy a peregrinar hasta su rancho como penitencia por no haber creído, por insultarle tanto durante mi adolescencia, por abjurar del que dio sentido a mi vida. Perdona, George, porque he pecado, he pecado muchísimo. Te odié por cosillas de nada, por Jar Jar Binks, por Hayden Christensen, pero ¿quién soy yo para juzgarte? ¿Quién está libre de culpa? Ha sido asqueroso, Indio. Es tan trepidante que no da tiempo a profundizar. ¿Cómo vas a querer a estos personajes si los pobres siempre están danzando por ahí, no tienen ni un segundo de respiro para que nos miren a la cámara o conversen? Un guion sin chispa ni magia con los actores repitiendo la misma frase hasta que se nos imprima en el cerebro. Ni siquiera vale como espectáculo visual, porque todos los planos están tan abigarrados de mierdas en 3D mientras la cámara vuela modo anfetamina on, que es imposible admirar nada porque no nos dejan tiempo. Podrían cambiar los destructores por Corsas y no nos enteraríamos. No hay reposo, Indio, y nada te puede calar sin descanso. Tu cerebro no procesa las cosas. Así como el vídeo de nuestra comunión no es cine, esto tampoco. El cine es espacio tiempo, saber dominarlo, estirarlo, acelerarlo para provocar sensaciones. La mítica secuencia de 3PO y R2 caminando por Tatooine dura dos minutos y medio. Dos putos minutos y medio de puro cine; no creo que ni los créditos de la nueva duren tanto. Lucas filma a dos latas parlantes rodeadas de arena y nos da la sensación de que Tatooine, efectivamente, es un lugar inhóspito. Ahora la peña va por los sitios como si fueran decorados, entran y salen de atolladeros entre plano y plano. Sin pausa no puede haber profundidad y sin profundidad, nada memorable. Lucas fabricó imágenes y diálogos para la posteridad entre 1977 y 1983: la que te digo de 3PO y R2, el binary sunset, donde Luke decide que abandonará su planeta y familia para siempre -36 segundos donde solo hacen falta la expresión de Mark Hammill y a Williams para que lo entendamos; ahora saldría un androide que nos lo explicaría, porque somos bobos-,  el Te amo – Lo sé de Han y Leia, que los pelos me atraviesan el jersey cada vez que lo veo, el final de Una nueva esperanza, con esa entrada de música de boda que me sigue emocionando como cuando tenía diez años, la traición de Lando en la Ciudad de las Nubes, 3PO levitando en el trono como rey de los ewoks, el su carencia de fe resulta molesta… De esto último incluso se han permitido un homenaje salchichero y burdo, a años luz de la elegancia del original. No hay nada. Nos intentan distraer con monadas para ocultar que todo es un vacío de la hostia, pero se ve el truco. Solo me ha gustado el robot nuevo, el secador con ruedas, y el traje de la traficante de especias. ¡Y no te lo pierdas! En un corrillo a la salida del cine, va uno y me dice que soy un amargado que no sabe disfrutar; un tipo con la camiseta de Star Wars, medio disfrazado. Tócate los cojones. Que vivo en el pasado, que soy un nostálgico. Solo existe el pasado, ¿dónde quiere que viva este gilipollas? ¿En el futuro? Casi me pego por primera vez. En fin, Indio, te dejo en paz ya. Pero ahora sí que sí, me bajo del tren. Al Mandalorian no le voy a dar ni una oportunidad. Te lo prometo. Como me llamo Sanse».

PÁNICO A LO NUEVO

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En un lugar tan proclive al enfrentamiento, donde se niega el gris y te obligan siempre a escoger entre el hoyo o el bollo, he fundado un club selecto: los indiferentes galácticos. El haterismo gratuito del lado oscuro me repele tanto como las brillantes loas a la nueva trilogía, un poco surgidas contra lo primero y cebadas de optimismo desde su comienzo hace un par de años. Hay que actuar ya, pensé, no puede pasar un día más de inacción, existen millones de personas como yo, no estoy solo en la no muy lejana galaxia. Hablamos de Star Wars, por supuesto. Frivolidad máxima revestida de trascendencia mitológica. Con la infancia por medio, señores y señoras, la de varias generaciones. Si no les interesa el asunto les recomiendo que no continúen. Si aún no has visto el Episodio VIII te advierto de que puede contener spoilers.

Las sensaciones al salir del cine no fueron buenas, pero eso, hablando de Star Wars, no quiere decir mucho. Todavía me relamo al rememorar aquella bonita sensación tras ver el Episodio VII, mi sentencia “pues que me ha gustado”, recuerdo ese orgullo yo-no-me-escondo en la plaza Martínez-Zaporta. Sin embargo, de vuelta a casa, por el Espolón, ya caminando solo sin conversación que me distrajera, llegaron las sombras. A ver si JJ Abrams es un buen trilero. Por la estación de autobuses tuve la sensación de que me habían robado mientras sonreía y daba las gracias. En la cama me sentí sucio y no pude dormir. Volvamos a ayer. La impresión postcoital, como digo, nefasta. La película tiene un inconveniente que la convierte indefectiblemente en un bodrio. Dos horas y media. Media hora más que El Imperio Contraataca. Ya lo digo yo: sí, voy a comparar. No entiendo por qué está tan feo comparar si todos lo hacemos antes de comprar cualquier cosa, por ejemplo, o se es alto o bajo, grueso o delgado, listo o tonto en relación a algo. Resulta que se puede comparar todo, menos Star Wars. No me parece justo cuando se hace de forma bruta o interesada o dañina –“el George Lucas de Alberite”-, pero creo que es legítimo en el caso de una serie de películas que siempre empiezan igual. Es muy difícil competir con películas redondas como los Episodios IV y V; a Rian Johnson le toca bailar con la más fea, soy consciente y me apiado de él. Es decir, no quiero que muera lentamente ni agonice, no me cambio por él, pero tampoco voy a abanicar su supuesta “renovación” de la saga. Cuando se habla de novedad o renovación o nuevo siempre se asume que todo camina hacia adelante en progresión ascendente de calidad o bienestar, dependiendo del caso, que el cambio es algo “necesario” por anquilosamiento o invalidez de “lo viejo”, que lo viejo hay que dejarlo de lado y abrazar lo novedoso, aunque sea objetivamente peor y lo antiguo sea excelso. En el caso de Star Wars es así. Creo que todos estamos de acuerdo en eso, los seguidores de la luz y los de la oscuridad: no hay nada mejor que la trilogía original. No ocurre siempre. Existen remakes nuevos que los prefiero a sus versiones precedentes y películas actuales que me parecen maravillosas. Pero el principal problema de Star Wars es que la trilogía primigenia funciona como tapón, se convierte en techo cualitativo, el propio Lucas tampoco consiguió acercarse en la “segunda” trilogía. Volvamos otra vez. ¿Qué no me ha gustado de esta nueva entrega? El aire desenfadado. No digo que no sea revolucionario, puedo comprar el argumento, pero la batalla inicial trufada de chistes no ha conseguido arrancarme ninguna sonrisa, Luke tirando el sable láser me ha parecido patético, ese barniz humorístico no me encaja, algo falla y no sé qué es. El guion no es muy fino tampoco, los diálogos no son muy buenos, los personajes me siguen sin transmitir nada. Para mí, esto es clave. Los diálogos antes eran brillantes; reforzados por el carisma de Fisher, Hammill y Ford, cada línea se convertía en memorable. Aquí solo me logran remover algo Fisher y Dern, -curiosamente las actrices más viejas del reparto- y, quizás, Kelly Marie Tran, pero aún no estoy seguro, podría tratarse de otra farsante. Agradezco que los bichos no tengan mucha importancia, como los furbys o tamagochis que pueblan el Planeta Isla de Pascua. El Planeta Montecarlo me hizo tilín, pero cómo se han introducido ciertas ambigüedades de los rebeldes y de los malvados no me hacen tanta, me parecen martilleadas sin sutileza ni gracia, en papilla, así no masticamos, que cansa mucho. Esto es norma en muchísimas películas, no es solo una tara de Star Wars. La batalla del Planeta Sal nos recuerda su conexión con El Imperio Contraataca, también la aparición de Yoda. En fin, que no consigo ver ningún aspecto positivo. Quizás no existan o a lo mejor soy incapaz de verlos. Quizás todo sea más sencillo y no deba buscarle tres pies al gato. ¿Me hago mayor? Quizás con 34 años ya sea normal que esto no me guste. Me pasó con los superhéroes, a los quince años me dejaron de interesar. No sé. De momento he fundado el club. Si quieren unirse ya saben, rellenen la solicitud.

LA MIRADA DE LUCAS

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Los martes leo el Pronto en casa de mis padres. Empiezo por el final, por esa sección que aglutina curiosidades de índole diversa. Luego voy al epígrafe trabajo de Tauro, por si hubiera novedades y, de ahí, salto al monográfico Vidas interesantes. No hago demasiado caso al resto, miro los santos por si reconozco a alguien interesante de verdad, poco más. A veces encuentro petróleo; la revista aúna la actualidad rampante con mini-artículos sobre personajes condenados al ostracismo durante decenios y de otros en decadencia permanente. De ese batiburrillo emerge la mirada triste de George Lucas. Al principio no me doy cuenta porque George está rodeado de los clásicos personajes Disney ataviados como los de Star Wars; Minnie de Leia, Goofy de Darth Vader, Mickey de Obi Wan y el pato Donald de Han Solo. Eso despista mucho. También sale R2D2. Arropado por la recua, Lucas sale vestido de Lucas: eterna camisa de cuadros, deportivas blancas y tejanos desgastados. Detrás han pintado un bosque parecido a los que -sabemos- crecen en la luna de Endor. El creador del fructífero universo parece cansado, ausente, fija su mirada en el horizonte, como la de Luke ante la Binary Sunset de Tatooine. Se nota que está pensando en otra cosa, que no quiere estar allí. En su cabeza se agolpan las imágenes y las cuestiones. ¿Por qué Rogue One no empieza con el texto amarillo y el tema de John Williams? ¿Por qué nos privan de ese ¡pum! emocional en el pecho? Quizás se encuentre confundido como el inicio de este spin off, un galimatías en el que ocurren muchas cosas mal narradas. Tan mal, que han tenido que poner carteles debajo de los nuevos planetas, señales de tráfico para no perderse. Piensa en algo plano y liso, sin honduras dramáticas ni cómicas ni nada. La intemperie de la estepa sin fin. Imagina los personajes nuevos, el comando suicida. Todos merecen morir: la protagonista vacía, el líder rebelde de ambigua moral, el ciego karateka, jedi de marca blanca, el grandullón del blaster ametrallador. La Alianza de Civilizaciones de Zapatero era, en realidad, la Alianza Rebelde. El robot sí que le da un poco de pena. Pobre máquina, más humana que los personajes. No hay química, no hay complicidad y se verbaliza hasta lo intrascendente: ha faltado un “me voy a mear” en algún momento. Muchas palabras, pero ninguna memorable. Ni siquiera Moff Tarkin -Peter Cushing resucitado digitalmente- cuenta algo interesante, un secundario de infinitos quilates desaprovechado. Quizás no era necesaria su nueva aparición. Lucas piensa en Vader. Su entrada en la peli le gusta. Es lo mejor junto al descubrimiento del nuevo Planeta Caribe. Incluso disfruta la nueva versión de “su carencia de fe resulta molesta”. Y el malo, el de la capa blanca, es salvable dentro de todo el desaguisado. Tira que te va. El problema es que no está tan mal, se han arriesgado un poco más. No mucho, pero sí algo más que en el Episodio VII. Uy, eso mejor ni tocarlo, ¡fuera! ¡fuera! Hay cosas buenas, ideas incluso decentes… pero no se profundiza, son como esbozos, se intuyen pero no tienen forma. Lucas sacude la cabeza levemente. ¿Y si le corto la cabeza a Goofy con el sable láser y la clavo en una pica a la entrada del rancho?

LAS MONSTRUOPELÍCULAS

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Ando con veinte pestañas abiertas, café en ristre, saltando de una a otra (Filmaffinity, IMDB, Wikipedia…) averiguando si la película Escalofrío (Carlos Puerto, 1978) se tituló de otra manera en Estados Unidos, Francia, Latinoamérica o Inglaterra. O en Alemania Federal, grandes aficionados al terror charcutero que me han salvado la vida muchas veces con versiones dobladas de calidad repugnante-vhs-grabado-del-salón-de-casa. Satan’s Blood fue el título en Estados Unidos e Inglaterra. También se acredita Don’t Panic para la versión de vídeo –apostaría a que sólo fue estrenada de esa manera–. Mis amigos tudescos no decepcionan y contribuyen con su versión llamada Schok. Ya dispongo de información más que de sobra, así que al lío: a escribirlos en el buscador de recónditas páginas web. No me cuesta demasiado obtener resultados con Satan’s Blood así que, antes de fumarme un cigarro a la salud del botín que me llevo, me despido de las sonrientes rusas que desean ser mi esposa y renuncio al método mágico para hacerme rico en la red. Doy un sorbo al café congelado, síntoma de Nivel de Navegación Severo y, justo en ese preciso instante, unos tambores acompañados de jadeos me dan un susto de muerte. En alguna pestaña ha pasado algo. Y no es porno, es algo más “artístico”.

Es un tráiler. El Renacido de Alejandro González Iñárritu, la que peli que hemos escogido para ver en el cine. Después de ciento cincuenta y seis minutos, coincido en que se trata de una historia de supervivencia, pero no sólo para Leonardo DiCaprio… ¿Qué hemos hecho, oh Hollywood sagrado, para que nos castigues con tanta dureza? ¿Por qué nos agredes con ladrillos interminables? Es cierto que la fotografía es magnífica, que está rodada de maravilla, pero la historia no da para tanto. Es costumbre añeja la de hacer películas a base de clembuterol dando como resultado paquidermos admirables desde un punto de vista científico -¿cómo habrán hecho eso?-, pero de huella escasa. Y no es que los directores no tengan talento; supongo que producción obliga y la gran longitud del metraje será una cláusula insalvable cuando hay grandes presupuestos entre manos. De entre las últimas producciones de Hollywood que he visto, no hay ninguna que se salve de la maldición y no sobrepase las dos horas, un tiempo más que prudencial para contar la mayoría de historias: El despertar de la Fuerza (135 minutos), El puente de los espías (135 minutos), Spectre (146 minutos), Los odiosos ocho (167 minutos). Y tantas otras que todavía no he tenido oportunidad de ver como The Martian (142 minutos) y el resto de nominadas a los Oscar, el festival donde está prohibido dar un premio por debajo de las dos horas. El caso de Los odiosos ocho es de juzgado de guardia, una venganza sangrienta contra nosotros, el público desarmado. Quizás esta tendencia por lo monstruoso en todo (longitud de películas, tamaño de edificios, tochos inabarcables, discos eternos) es signo del tiempo que vivimos. Yo ya he empezado mi terapia anti-pestiños repasando pelis viejas de la Hammer que solamente te hacen perder una hora y media de tu vida, como mucho. Necesito tiempo para mi Nivel de Navegación Severo.