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LA MANO DERECHA

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A lo mejor todo tiene que ver con planos de la existencia. En la lejanía se adivina una final de la Supercopa de España; ayer el Logroñés echó al Cádiz en Las Gaunas tras una tanda de penaltis corriente, es decir, cruel y asquerosa. A casi siete mil kilómetros de Yedda, la vida sigue con sus colas en las taquillas y sus bocadillos al descanso; ayer enseñó un poco de cacha para que nos confiemos, para que creamos que sí, que los planos a veces convergen y que se puede alcanzar la ansiada intersección. Que podemos ser la equis. La realidad es que en el recién estrenado 2020 nada parece que vaya a converger, ni futbolística ni política ni socialmente.

En la siguiente ronda puede que nos toque un primera de competición europea. Tenemos en torno a un cincuenta por ciento de posibilidades de conocer a un extraterrestre. Los extraterrestres viven en Primera División y son muy inaccesibles, acostumbran a esconderse, a la vista de todos, detrás de varios dedos de cristal blindado, rodeados por un foso con cocodrilos. Todo el rollo este de converger no les va mucho y prefieren relacionarse con marcianos de distintos colores, pero igual de brillantes que los suyos. Por eso odian la Copa. Si por ellos fuera jugarían una pachanga sin fin en el Parque de los Príncipes u Old Trafford, donde no llegaran los molestos segundas B de ciudades sin glamour. A lo mejor ya ni eso, y preferirían Miami o Abu Dhabi, directamente. La Copa es la única manera que tienen los terrícolas de conocerlos; quizás sea el último rescoldo de lo llamado -peligrosamente- fútbol de antaño.

¿A quién no le gustaría que un extraterrestre le sacara a bailar, aunque solo fuera una noche? Para las personas que te miden según tus compañías, esto es importantísimo. Que vengan el Madrid o el Barça es algo crucial. Salir en la foto con alguien poderoso te otorga prestigio, claro, incluso puede que algo se pegue. Me recuerda a la cantidad de personas que dicen conocer a la mano derecha de un antiguo presidente de la Comunidad, del gerente de una gran empresa que trincó en los noventa, de algún consejero regional, del alcalde de tu pueblo, del fuerte independientemente de la escala. En un país con más nobles que vasallos no es de extrañar que ocurra algo así, lo que me sorprende es que no exista aún un grado o licenciatura con ese nombre. Lo teníamos tan cerca de los morros que no lo veíamos. Estudiar para ser Mano Derecha. El futuro.

Uno de mis momentos preferidos de la pasada década lo protagonizó Pablo Infante, héroe del Mirandés, y tuvo que ver con la Copa precisamente. Podría contar sus muchas virtudes futbolísticas -quedó pichichi de la competición aquel año- porque lo hemos sufrido como rival; sin embargo, lo que me fascina no se relaciona con nada técnico. Un reportero lo entrevistó brevemente después de que los burgaleses perdieran la semifinal contra el Athletic en San Mamés. El periodista, con la condescendencia del pijo de la capital hacia el pueblerino, hizo una apreciación sobre la magnificencia del contexto, la Catedral rugiendo por su pase a la final. Vaya fiesta, ¿no? Merece la pena también vivir esto, se le ocurrió decir, esperando a que el pobre diablo asintiera y dijera que sí, que estaba encantadísimo de pisar el césped vizcaíno. Entonces, Infante -sosteniendo el balón, mirando al frente, visigótico-, respondió la siguiente maravilla: Bueno, fiesta para ellos, que han ganado.

A ver si la siguiente fiesta la celebramos nosotros.